¡Viva San Froilán!



   De nuevo, una celebración que se queda solo en un deseo. San Froilán sin carros, subida a la Virgen del Camino, feria y algarabía. Sin las calles llenas de Peñas cantarinas y guajes corriendo a su alrededor. Sin bares a reventar sirviendo raciones de morcilla y chorizo hasta la madrugada. 

Por tanto, hoy encaja mejor que nunca el  bueno, al menos tenemos salud porque es lo más importante, es por lo que estamos luchando con uñas y dientes. Por preservar esa salud estamos dejando de lado celebraciones, eventos, proyectos. Dejando de lado la vida que vamos planeando, creyendo ilusamente que tenemos control absoluto sobre ella.

León capital comienza una quincena de confinamiento parcial o más bien unas medidas restrictivas con el objeto de contener el contagio del temido virus. Poco podemos añadir a lo ya dicho. Virus altamente contagioso aunque por fortuna no tan letal. Lo que sí vamos viendo son los efectos secundarios variados que afectan en mayor o menor grado a aquellos que han superado la enfermedad. Cada día conocemos un nuevo dato que nos inquieta. 


Bajo mi punto de vista en lo que está causando verdaderos estragos es en nuestro estado de ánimo. Leía ayer un artículo sobre la tristeza Covid. Hoy al conocer la noticia de las medidas restrictivas, he llorado. Y no porque sean tan duras como las primeras si no porque vuelvo a sentir que el mañana próximo es realmente incierto. Menudo descubrimiento eh. Pues sí, a pesar de resultar una obviedad siento que es la primera vez que mi generación y las más próximas lo vivimos en nuestras carnes. Que sufrimos la verdadera incertidumbre de lo que va a suceder mañana, que no podemos mirar al futuro con esa seguridad casi insolente.


La generación anterior, mis padres, vivieron en primera persona una posguerra y los suyos además una guerra. Todos en mayor o menor medida cargaron con el peso de los muertos, de las voces silenciadas, de la tristeza colectiva por un futuro poco prometedor, del trabajo duro para llevar alimento a sus familias, de soñar con un mundo mejor para sus hijos. Y lo lograron, a un precio muy alto pero lo lograron.


Así nacimos y crecimos en un ambiente más protegido, con más derechos, con nuevas posibilidades aun en familias no tan favorecidas. Y ahora pagamos una factura inconcebible.


Observar el escenario que nos rodea es dantesco. El silencio ensordecedor de las calles durante el confinamiento total, encogía el corazón. Todos los planes detenidos, todos los proyectos en el aire, los abrazos con emoticonos, los besos lanzados al viento, los arcoíris adornando las ventanas, el alma rota por los fallecidos, demasiado para asimilar.


Y hoy ante el anuncio parece que todo se me removió de nuevo por dentro. Ahora que parecía que volvíamos a recuperar la ilusión, los planes, las actividades culturales, las salidas a la naturaleza, se derrumbó todo de nuevo.


Pero me estoy negando a dejarme vencer. Me ha costado sangre, sudor y lágrimas llegar hasta aquí. Me niego a desandar lo avanzado. 


Pienso que como individuos y como sociedad debemos tomar perspectiva de lo que está sucediendo. Siendo, más conscientes que nunca, que estamos asistiendo a un cambio de paradigmas y como ha venido sucediendo desde que el mundo es mundo sobreviven los más fuertes. Y no me refiero solo físicamente si no a la salud mental. Aquella que nos dota de la fuerza motor para adaptarnos a los cambios.


De nosotros depende intentar sacar lo mejor de la situación, de mirar con esperanza al futuro. De sabernos poseedores de la enorme capacidad de adaptación que caracteriza a la raza humana y salir reforzados y mejores de esta situación.


Por los que nos han precedido y por los que vendrán.

¡Viva la vida! ¡Viva San Froilán!

 



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