Samhain

  

          Ha pasado de nuevo la noche de difuntos y te he recordado como siempre, abuela, como todos los días en realidad desde que te fuiste.

Abuela materna María

          Ya sabes que nunca celebré Halloween ni nada parecido. Incluso la noche de difuntos y el día de todos los Santos tampoco. La educación religiosa en casa era bien distinta. Pero también sabes que he ido reconduciendo mi camino. Antes de tu marcha ya hice muchos cambios importantes, tu aún pudiste ver varios.

         Me hace muy feliz que pudieras conocer a mis hijos, aunque me entristece que no los pudieras ver crecer. Lorenzo te volvería loca con esa incontinencia verbal tan parecida a la mía y Raquel te hubiera conquistado con su ternura. Los dos son una mezcla curiosa de mi personalidad. Es muy revelador como madre verte a través de ellos. Los hijos te ayudan a conocerte, a reconocerte. Te ponen a prueba. Son el mejor de los regalos.

           Me faltaron tantas conversaciones contigo. Ahora tendría el valor de preguntarte tantas cosas. Sé que no te hubiera gustado que lo hubiera hecho, pero es necesario, abuela. Necesito entender mucho todavía.

          Cada uno debemos vivir nuestra vida, pero conocer nuestro pasado nos hace comprender todo lo que nos está sucediendo.

          Si conociera más detalles de tus padres, de la educación que os dieron, de si se querían o fueron un matrimonio de conveniencia…, de ti sé lo fundamental, pero me faltan muchas conversaciones de mujer a mujer, de aquellas en que abres el corazón y lo derramas sobre la otra persona y si es tu nieta la fusión es casi mágica.

          Me despedí de ti, pero lo cierto es que nunca te has ido de mi lado, nunca. Me siguen tus frases, recuerdo tu sonrisa, tu conversación escueta pero contundente, tu olor, aún recuerdo tu olor y tengo entre mis brazos la memoria de tu cuerpo cuando te robaba algún abrazo. Siento tus manos llenas de recuerdos, de trabajos, de caricias, de miedo, también de miedo.                                                                                                                                                  Luzco con orgullo tus aros dorados, me miro al espejo y te veo a través de mis ojos. Te oigo decir dejaime en paz con el rostro cansado y alzando la mano para que nos fuéramos de la habitación y te dejáramos descansar.

            Te echo mucho de menos, siempre.

            Hoy de nuevo te recuerdo, me recuerdo a tu lado.

Hoy me gustaría contarte que he tenido que tomar decisiones difíciles, pero sin duda acertadas en cada momento. Que sigo sin entender muy bien el mundo que me rodea y sospecho que, como me decía un amigo hace unos días, seguiré aprendiendo hasta del proceso de incineración cuando esté en él. Primero me causó mucha gracia su frase, pero luego me hizo reflexionar mucho.

Continúo mi camino procurando hacer la vida agradable a todo el que se me cruza, aunque no siempre lo logro. Voy aprendiendo o más bien integrando que hagas como hagas las cosas siempre habrá alguien al que hieras, alguien que considere que eres la peor persona. No es que no lo entienda es que me duele, coño. Como tú dirías.

 Es que es muy difícil vivir sin herir y sin que te hieran. Lo grave es hacerlo a propósito, eso lo tengo muy claro. Pero aun cuando piensas que lo estás haciendo bien finalmente no es así. O las otras personas no lo interpretan así. Da igual si amaste con todo el corazón, si ayudaste en mil gestiones, si te entregaste más allá de tus fuerzas, si te excedías en tus cometidos para ayudar a tus compañeros, si te desvivías para facilitar la vida a las personas que te rodeaban, la primera vez que dejes de hacerlo serás lo peor y te lanzarán la mítica frase: has cambiado.

 Y la verdad, abuela, si cambiar es respetarme a mí misma, pedir que me amen como yo lo hago, que me respeten del mismo modo, que se entreguen igual que yo, entonces sí he cambiado, sí. Y además seguiré cambiando hasta el último aliento de vida. Porque no vuelvo a consentir que me quieran a medias, solo cuando intereso, solo cuando hago todo lo que la otra persona quiere, solo cuando ofrezco todo a cambio de migajas.

 Mi objetivo sigue siendo el mismo. Vivir y dejar vivir. Abrirme al mundo y a sus experiencias. Si siento que debo tomar cierto camino, hacerlo. Pues de nada sirve vivir con miedo. Porque entonces llegaremos al último día intactos sí, pero sin haber exprimido la vida.

 Hacerlo es arriesgar, es sufrir en muchas ocasiones, pero en otras muchas disfrutar a plenitud y sentir el amor en todas sus manifestaciones.

 Si algo he aprendido de ti, abuela, es a echarle a la vida coraje, a luchar contra todo pronóstico por llevar una vida digna, a partirte el pecho por sacar a tus hijos arriba y poder ofrecerles un mundo mejor.  

  Esa fuerza la llevo en mi corazón junto al inmenso amor que te tengo.

              Gracias por todo, gracias por tanto, abuela.

Comentarios

  1. Es preciosa, Lidia.

    Sigue VIVIENDO, sigue aprendiendo.
    Gracias por compartirlo

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    1. Muchísimas gracias por tus palabras, Juanjo.
      A disfrutar del viaje.

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  2. Sencillamente hermoso homenaje.

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    1. Así es Gustavo, las personas no se van del todo si las seguimos recordando.

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