Se tu fossi...


Se tu fossi...



Se tu fossi nei miei occhi per un giorno, así comienza la hermosa melodía del gran genio Ennio Morricone, que nos dejara hace un par de días, enorme pérdida.

Es el tema central de la banda sonora de Cinema Paradiso, la traducción, absolutamente romántica, dice algo así como si estuvieras en mis ojos por un día. Toda la letra centrada en la visión que tendría la amada, de él, si estuviera, como dice en otra estrofa, en su alma. Una película entrañable, cargada de melancolía y ternura que no importa las veces que la vuelvas a ver, el nudo en la garganta y alguna lagrimilla no te las quita nadie.

Pero, amor a parte, no todo va a ser pastelada romántica, a mí me sobrecoge esa primera frase pues describe un sentimiento que albergo desde siempre, aunque no he sido plenamente consciente del

Lidia, 1978
Lidia, 1978
mismo, sino en épocas recientes. Cómo me gustaría que los demás vieran el mundo a través de mis ojos. Tal vez muy osado por mi parte, sin duda, pero sería reconfortante al menos en alguna ocasión.


No es fácil ser y sentir tanto y tan intensamente. Debido a mi extrema curiosidad he leído sobre un tipo de personas denominadas altamente sensibles (PAS), con las que coincido en muchos aspectos. Solemos pasar por personas a veces quejicas, de pequeña era una máxima sobre mis reacciones a cualquier dolencia. Siendo más mayores se nos tacha de que todo aquello que nos sucede o nos dicen nos afecta demasiado, que nos lo tomamos todo en serio, que no soportamos bromas, en la mayoría de las ocasiones ironías muy mal intencionadas que captamos enseguida. Así que tendemos a disfrazar, casi siempre sin conseguirlo, nuestra verdadera personalidad. Aunque lo que logramos con ello es hacernos un daño atroz pues vamos contra nosotros mismos y es una lucha agotadora.

Tanto es así que aunque nuestra sensibilidad nada tiene que ver con poca fortaleza, a veces, el peso nos puede y caemos en depresión o épocas con la moral más baja. Cuando encontramos a alguien que nos comprende o que es de ese grado de sensibilidad, se nos abre, literalmente el cielo. Suelo describir mi carácter con ser una persona que cuando es feliz lo es hasta el delirio, pero que cuando sufre cae a los infiernos. Nunca hago nada con la intención de herir a otro y estoy completamente segura de que lo he hecho y si, además, lo sé o lo percibo, me atormenta pensar que otra persona ha sufrido por mi causa, no lo puedo evitar. No guardo rencor, nunca. Guardo, que os aseguro que es muchísimo peor, dolor. Siempre tengo alguna herida abierta, por desgracia las tengo profundas y sin posibilidad de curación y otras más superficiales.

Por otro lado, observo a mi alrededor la belleza que brota en cualquier parte, la sonrisa sincera de un niño, el caminar pesado de los años de un anciano, las murallas que desprenden historias lejanas. Todo es hermoso, todo es vida eclosionando. Pero en estos momentos me cuesta centrarme en ello, veo más la incertidumbre en los ojos, el gesto esquivo al cruzarte con alguien, el escenario de mascarillas que frenan virus o tal vez esconden miedos. Y todo ello me produce tristeza, el tiempo confinados ha sido una dura prueba. Sin duda, lo terrible han sido las personas que nos han dejado. El resto vivimos con la carga de estar bien y la interrogante de poder caer en cualquier momento. En casa estábamos protegidos, las paredes hacían de parapeto para un virus que ha cambiado nuestras vidas para siempre y nuestra forma de relacionarnos. Reconozco que me ha costado mucho salir con cierta normalidad, realmente me sigue costando. Voy tomando contacto empujada por prescipción facultativa y gracias al apoyo de buenos amigos. Salir a la naturaleza en un estado más puro también está siendo muy curativo. Conectar con la madre tierra es, en cierto modo, conectar con nuestro yo más profundo.

Reflexiono con pleno convencimiento en que nada sucede por casualidad. La situación vivida con el Covid-19 se suma a todo lo anterior y conforma lo que somos. Sin olvidar que todas y cada una de las personas que se cruzan en nuestro camino tienen un propósito. Así que en conjunto provocan una evolución personal que de otro modo sería muy difícil de lograr. Algunas de esas personas dejan huellas en el alma, otras cicatrices, otras recuerdos tiernos, otras momentos amargos, otras heridas abiertas imposibles de cerrar y otras, afortunadamente, no se van nunca de nuestro lado.

A esas, aquellas que nunca se van de mi lado, las atesoro con todas mis fuerzas. Son las que conocen mis entrañas como nadie, que abrazan mis lágrimas y festejan mis alegrías, que me devuelven la fe en la bondad del ser humano, que me hacen sentir que no es un delito ser como soy, que miran a través de mis ojos y ven, lo muchísimo que las amo.

Gracias, solo puedo daros las gracias, por mirar a través de mis ojos, a través de mi alma.


   Sena de Luna

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