Me faltan las palabras para expresar la inmensa emoción que siento al ver convertido en realidad un sueño, la publicación de mi poemario, Céfiro. Un sueño de esos que tienes de niña, de esos que aparcas junto al resto de supuestos imposibles y te dedicas a vivir como si tal cosa, como si fuera posible hacerlo sin ilusiones o con ilusiones descafeinadas porque soñar a lo grande no está permitido.
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Dibujo de la portada por Érika Rguez. Presa |
Pero todo aquello, al igual que otras tantas cosas, se quedaron en el imaginario de una niña soñadora y posteriormente, una joven curiosa amedrentada por la circunstancias.
Si bien, el destino, la vida, el karma o vaya usted a saber quién, me ha traído hasta el momento actual en el que se tornan realidades lo que antaño solo fueron ensoñaciones. Increíble, en estado de sock me encuentro. Sigo viendo mi vida como una espectadora y no como la actriz protagonista.
Habida cuenta, que mi momento personal, por diversas razones, es bastante convulso lo cual me lleva a no dar crédito al suceso tan hermoso que estoy viviendo.
Soy un corazón parlante y por ello, como en más ocasiones he podido reseñar, lo vivo absolutamente todo desde la intensidad. Sí, los malos momentos también. Siempre ligados a las relaciones interpersonales, cuáles si no. Somos seres sociales, por tanto nos resulta imprescindible el contacto con los otros. Y es el que nos pasa la factura más cara.
Me siento feliz y al tiempo melancólica pues no puedo evitar recordar a personas que me gustaría estuvieran en estos momentos a mi lado disfrutando conmigo este hecho tan extraordinario. Así las cosas, no hay felicidad completa. Las personas vamos y venimos de nuestras vidas a razón de lo que dictan las circunstancias.
De lo que estoy convencida es de que nada es casualidad. Todos nos cruzamos con otros por algún motivo, tarde o temprano lo llegamos a saber y tal vez, en esos instantes comprendemos ampliamente el porqué.
Mi máxima en la vida es luchar por ser feliz. Según yo entiendo el término, como una suerte de paz interior que te dicta que aunque haya sufrimiento tú estás en el camino correcto. La misma paz que sientes cuando te rodeas de las personas que te quieren de verdad y te lo transmiten en cada gesto.
Por eso en este extraordinario momento de mi vida siento paz. Y un agradecimiento profundo por todas las personas que me han llevado de la mano en este discurrir, por todas las personas que he tenido la suerte de conocer al calor de las letras, por todas las personas que se quedaron en el camino porque así debía ser, por todas las personas que han aparecido llenando mis días de cálida esperanza.
Y especialmente agradecida por todas las personas que permanecen de un modo incondicional contra viento y marea, acompañando mis horas más bajas y mis momentos más alegres, aquellas ante las que desnudo, aún más si cabe, mi alma cada día.
Ellas son mi céfiro, son ese viento suave de primavera que me invita a creer que todo puede florecer de nuevo y de hecho, así es.
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