Mirando a la vida de frente




¿Cuál es mi forma de ver la vida?
Menuda preguntita, así en frío, a estas horas con el ánimo de un sábado tarde que has decidido no salir a tomar unos vinos. Ah, que no es sábado si no jueves, anda pero si es que no puedes salir desde hace cuánto, tres semanas casi, ¿no? Madre mía y por qué estoy en casa encerrada, por qué no se oye ni un ruido en la calle y eso que vivo en el casco antiguo de la ciudad habitualmente con un bullicio continuo por el trasiego de paseantes, maletas, niños, juerguistas cantores a altas horas, ruido de vasos que entrechocan y de sillas al fresco arrastrándose.
Ah sí, comienzo a recordar, un bicho, un virus o algo así que parece ser comenzó en China, jolín con la manía que nos ha dado de traerlo todo de allí. Hombre los táperes no están mal, son baratos, se abomban a la primera de cambio pero qué quieres si cuestan euro y medio.
Pero, vamos, que traer un virus y bastante mamonazo tiene delito, porque aunque la mortalidad es baja, el contagio es altísimo y al que le da grave no corre muy buena suerte. Así que el resto estamos temblando. Me recuerda a un juego de cuando era niña, campos medios, había dos equipos, uno de ellos se dividía a ambos lados y el otro se quedaba en el medio mientras trataban de esquivar el balón que el contrario lanzaba con una mala leche que no veas. Así que te pasabas el rato corriendo como pollo sin cabeza al tiempo que te movías lo más rápido posible tal contorsionista para que no te rozara siquiera el balón. He de decir que yo era bastante mala en prácticamente todos los deportes y más en los de contacto, poca fuerza y menos reflejos, vamos que era de las primeras en ser eliminada. Diosito querido, espero en esta ocasión tener más suerte para zafarme del bicho, inshallah, que diría mi amigo Ibrahim. Ojalá él y toda su familia se encuentren bien y el bicho pase de largo su casa, allá por El Cairo.
O sea que me encuentro confinada en casa, a salvo, mirando por la ventana el silencio y oyendo una calle desoladoramente vacía. Paso el tiempo en los quehaceres diarios, leyendo, escribiendo, recolocando cajones, ensayando para el coro, hablando por vídeo llamada con la familia y los amigos y más angustiada de lo que me gustaría por todos y por todo. Que sí, que intento mantener el ánimo, pensar en el futuro con tintes optimistas pero la angustia es como si un puño de acero te presionara el pecho y se retorciera con fuerza.
No es agradable, no, no es fácil lidiar con la angustia. Aquellos que la han sentido alguna vez, bien saben de lo que les hablo. Además es una enemiga callada y discreta que normalmente se esconde tras la fachada de una vida ajetreada igual que la de la mayoría e incluso tras la sonrisa sincera de quienes nos negamos a reconocer que nos está ganando la batalla. Así que al hilo de cualquier cambio aparentemente pequeño o acontecimiento no demasiado relevante pum, estalla sin remedio, brota del fondo del pecho desbordando los ojos y el alma. Si además le sumas una crisis sanitaria mundial sin precedentes el cóctel perfecto está servido.
De nuevo, te ves frente a frente con todo aquello de lo cuál te has estado cuidando tanto tiempo. Ha sido un gran trabajo -te dices- ya casi he logrado hundir en el fondo todos los dolores, ausencias, miedos, traumas, qué ilusa. En cuantito soltaste un poco, tan solo un poco la barca de amarguras salió todo disparado a la superficie al igual que una boya marina y ahí lo tienes de nuevo. Vuelta a la escena y tú con cara de no me jodas, otra vez, pero no habíamos quedado tú y yo que ya estaba todo arreglado. Fuiste a terapia, ¿te acuerdas? Sí mujer, fueron varios meses de colocar el pasado, el presente y mirar hacia el futuro. Oye, que te mirabas al espejo y te sentías nueva, con una fuerza motor impresionante. De hecho, mirando hacia atrás a veces no sé ni de dónde sacabas la fuerza para salir arriba y además siempre con una sonrisa. Vale, lo sé, llorabas mucho cuando nadie te veía y sí, tu mejor amiga te sostuvo muchísimo pero, vaya, que volvías a salir al mundo a tope.
Pero así las cosas, la serenidad con su reflexión intensa volvió a sacar a flote las amarguras. Voy entendiendo con el paso del tiempo que aquello que nos ha marcado no nos abandona nunca, se convierte en un trabajo permanente mantener a raya los fantasmas. Empiezo a ser consciente de que, de vez en cuando, volverán a flote los restos del naufragio y tendré que recolocarlos de nuevo para continuar hacia adelante.
Por tanto ¿cuál es mi forma de ver la vida? De frente, no sé hacerlo de otro modo. Soy de coger el toro por los cuernos y luchar encarnizadamente. En ocasiones con mayor o menor acierto, sin duda, pero siempre desde el convencimiento de que es la mejor opción. Miro a la vida con optimismo que no es para nada mirarla con ceguera estúpida. La miro sabiendo que es cruel, desgarradora, asesina, absurda, salvaje, breve pero también sé que es bella, tierna, sorprendente, alegre, así que siento por ella un amor verdadero, ese que conoce todo del ser amado y lo quiere profundamente sin, por supuesto, pretender cambiarle ni una sola coma pues lo ama como es y por lo que es.
Así miro a la vida, con amor y desde el amor, con integridad en medio de la farsa, con respeto en medio del desacato, con bondad en medio de la barbarie, con esperanza en medio de la apatía.
No sé mirar de otro modo y lo que es más importante, no quiero hacerlo.


Comentarios

Publicar un comentario