Tan
sólo es el quinto día de confinamiento y pareciera que llevamos una
eternidad en esta inaudita situación, propia de aquellas películas futuristas las cuales nos resistíamos a creer que alguna
vez se tornaran realidad. Pero ya sabemos que la realidad siempre,
siempre, supera a la ficción.
Así
las cosas, nos encontramos ante una pandemia mundial provocada por un
virus de dudosa procedencia, el famoso Covid-19 o Coronavirus.
Arranca tímidamente en China, país por el que luego avanza a
marchas forzadas y se cuela en el resto del mundo sin miramientos.
Sacude nuestros cimientos, nuestros aires de primer mundo
inexpugnable y nos deja totalmente desprotegidos a la espera de ver
cómo se desarrolla en las próximas semanas, más bien meses.
Observamos
perplejos las calles y plazas vacías de las ciudades europeas más
turísticas en unas imágenes desoladoras que alimentan nuestra
incertidumbre sobre qué sucederá mañana. Y esta situación apela a
nuestros más bajos o íntimos instintos, sí, seamos honestos con
nosotros mismos y reconozcamos que cuando sucedía en China o se
aproximaba a la vecina Italia aún lo veíamos lejos, sentíamos
lástima, sí, pero todavía había tiempo. Tiempo para qué, para
prepararnos ante tamaña crisis, para entender que somos, lo queramos
o no, una aldea global, para tomar medidas más drásticas que
mantuvieran al virus fuera de nuestras fronteras, tarea harto
complicada intentar sostener agua en las manos.
Se
trata de entender que somos o todos juntos o todos enfrentados.
Entender que la vida es el único bien irreemplazable, que en
momentos tan intensos como estos valoramos lo que de verdad importa,
el cariño de los nuestros, el abrazo, aunque sea en la distancia, el
calor de los aplausos a todos aquellos que están al frente de salvar
vidas y de proveer los productos de primera necesidad como verdaderos
héroes. Auténtico contagio de amor, gratitud, generosidad, solidaridad, empatía... curioso, ninguna de estas cosas se
pueden comprar con dinero. Por tanto, lo que nos iguala a todos es la
fragilidad de la existencia y lo que nos une es comprenderlo en toda
su profundidad.
Creo
que estamos ante una revolución socioeconómica de magnitudes
impredecibles. Espero, con la misma fe depositada en que todos mis
seres queridos superen estos momentos, que los gobernantes entiendan
el calado de esta crisis y actúen a favor de la supervivencia de la
raza humana protegiendo la tierra y a sus habitantes con ingentes
inversiones en investigación médica y frenando la contaminación.
El planeta está teniendo una tregua de los constantes ataques que
sufre a manos de la sobrexplotación. Nos está marcando el camino a
seguir, sólo debemos escucharla.
En
medio del silencio ensordecedor que nos envuelve quiero creer que
todo saldrá bien, quiero creer que el sobrecogimiento sentido estos
días dará paso a muestras de bondad y emotiva solidaridad, quiero
creer que mis hijos seguirán creciendo en un mundo un poquito más
humano sin olvidarse de un 13 de marzo de 2020 en el que el mundo tal
y como lo conocemos cambió de forma irremediable.
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