Tierra prometida





Será que el llanto de las nubes lame las aceras, tal vez que a mi corazón suben los recuerdos y a estos siempre les gusta devolver tristezas, quién sabe si mirar mis canas en el espejo todo lo vista de gris.
Sólo sé que la nostalgia invade, una vez más, una de tantas, mis horas tranquilas, esas que debemos usar para el descanso para abandonar las rutinas, las prisas, los quehaceres. Invade y atenaza el espíritu, provoca al ánimo y pretende que ceda ante sus exigencias.
Entonces me rebelo, asumo mi papel de luchadora nata y pongo en la balanza lo logrado.
Por qué he de permitir que solo retornen los recuerdos dulces del pasado. Somos un caso digno de estudio, memoria selectiva en todo momento. Escogemos con cuidado todo aquello que más nos place a cada rato, si hoy toca nostalgia pues a recordar los momentos en familia en torno a una mesa, las risas y peleas de hermanos, las ausencias presentes, que por ende son las que más duelen y hala a llorar se ha dicho. ¡Y no puede ser! Vaya, que llorar es muy terapéutico, sin duda, pero en su justa medida.
Porque, vamos a ver, de qué sirve lamentarnos por lo que no tenemos y además, no está en nuestra mano lograr. Asumir que cada uno tomamos nuestras propias decisiones que manejamos nuestras actuaciones en relación a la vida y respetarlo es el principio para poder avanzar hacia ser más feliz y sentirnos más satisfechos. Ya sé que está sonando a tratado de psicología, pero es fundamental hablar con una misma hasta de los temas más manidos para no olvidarlos.
Ya quisiera yo, no haber salido del paraíso, no haber descubierto las máscaras. Viviría aún en la burbuja, protegida del mundo hostil y perverso que me sigue sorprendiendo a cada paso. Pero tal y como, masgistralmente, nos explicara Platón, hay que salir de la cueva, ver el mundo en todas sus dimensiones nos gusten más o menos.
Y ser auténtica y libre de ataduras moralistas te crea enemigos, bien lo sé, nunca imaginas que los tendrás tan cerca. Y en el mejor de los casos te crea detractores, que de nuevo, no imaginas quiénes serán.
Pero así las cosas, creces, avanzas, te reinventas, te reconoces. Descubres una nueva tierra prometida, en lo absoluto aquella aprendida de niña y a la cual llegaste a través de un árido desierto repleto de inmensas dunas de quebrantos, abandonando cadáveres queridos, con los pies ensangrentados, muerta de sed, decepcionada por hermosos espejismos, alentada en algún dulce oasis, rota en mil pedazos, pero entera, así llegaste a tu tierra prometida, al fin y al cabo, tuya.
























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