Alma

Aún se respira ambiente de todos los santos, de día de difuntos, de noche de ánimas, del adoptado Halloween. Así que no puedo menos que reflexionar sobre estas tradiciones a su paso por nuestra cotidianidad. En lo personal me valen todas y ninguna pues no pertenecen a mis recuerdos de infancia, aquellos que, sin duda, dejan una huella imborrable. Educada bajo un signo religioso distinto al que rige el país siempre he sido una mera observadora (lo de mera es una forma de hablar pues escudriño mi entorno al detalle).
En mi memoria conservo el no comprender la procesión de coches en los días puntuales camino del cementerio a visitar tumbas e inundarlas de flores marchitadas a los pocos días. Pero si allí ya no hay nadie, nadie a quien abrazar con quien conversar..., tristeza infinita acompañar a un ser amado en su último viaje. Incomprensión pero respeto absoluto por las costumbres, el ser humano necesita de ritos para los grandes momentos de la existencia y desde luego el fallecimiento lo es, es el más grande, es la conjunción de la vida con su finitud.
Por ende he vivido dichos acontecimientos carentes de parafernalia y he observado atentamente, como desde un escaparate, los rituales del resto, hasta que adopté mi visión particular sobre lo divino y lo humano.  Tanto es así que me ha ido sucediendo como dijera Benedetti, cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas, por lo que he comenzado a dejar de ser espectadora y me he hecho partícipe de cuanto atrae mi atención.
Foto: Mario González Álvarez 
En esta ocasión a través de sumarme, en la mejor de las compañías, a la celebración de la noche de ánimas en Villalfeide. Atraída por conocer de primera mano una tradición relegada por otras celebraciones más mediáticas, me entusiasmó una de las organizadoras, la escritora Vanesa Díez, con su pasión por mantener a toda costa algo nuestro en la España vaciada y de la cual tristemente vamos perdiendo la esencia más propia. De ese modo viví en primera persona la procesión de las ánimas, una Güeste fantasmagórica que marchó con un respetuoso silencio a través de las estaciones literarias de tres grandes escritores leoneses que hicieron el deleite de todos los asistentes. Me sobrecogió el respeto por la celebración de participantes y público, me fascinaron los niños testigos de un acto solemne y ancestral -confiando en que sean también continuadores de dicha tradición- un auténtico hermanamiento. Y después fiesta junto a personas fantásticas, incluidos reencuentros entrañables, a celebrar la vida, que mejor día para hacerlo, cuando tenemos más presente que nunca las ausencias de esas almas que formaron parte de nosotros y que de ese modo perduran para siempre en el recuerdo.
Sobre todas las cosas me quedo, incondicionalmente, con el respeto, respeto absoluto y férreo a las diferentes formas de manifestar cada detalle de nuestra existencia. Y me declaro amante leal de aquellos y aquellas que luchan por mantener lo propio, lo tradicional, lo que al final nos distingue los unos de los otros y no por mostrar superioridad, nada más lejos, tan solo por mantener identidad que es imprescindible para saber quiénes somos, de dónde venimos y lo más importante hacia dónde nos dirigimos.
En definitiva una velada inolvidable que espero repetir, al igual que cualquier otro acontecimiento que capte mi interés reconciliándome con el ser humano y su alma más pura.

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