Carta al dolor


-Nada, “eso” está muerto.

“Eso” era mi bebé, más concretamente, lo que yo ya sentía como una niña llamada Julia. Ante tamaña noticia y dada, además, con tal ausencia de humanidad no cesé de derramar unas desgarradoras lágrimas serenas mientras me explicaban el protocolo a seguir para sacar aquella vida inerte de mis entrañas. Faltan las palabras para expresar el profundo dolor que sientes al perder una vida que tan solo comienza a serlo en tu seno. Desde que se empieza a formar, incluso antes de tener la confirmación, percibes cambios en ti, físicos y psíquicos que solamente tú notas. Las caderas comienzan a ensanchar para albergar al nuevo ser, la tensión baja para concentrar las energías en formar el feto y sientes una felicidad no comparable a ninguna otra por saberte fuente de vida, dadora y creadora de la misma. De pronto te sientes poderosa y al mismo tiempo la mujer más vulnerable del universo, incluso frágil, proteges tu vientre de cualquier roce pues contiene el mayor de los tesoros.
Y entonces, sucede, se muere, esa vida, esa nueva criatura deja de crecer, deja de latir y se acabó, el sueño dorado se termina abruptamente y te sientes vacía, sola, con una soledad que nadie consuela, ni tu otro hijo, ni pareja, ni nadie. Esa soledad de dejar de ser cuna de vida, de abandonar en un quirófano a esa minúscula vida que ya era tu hija en toda la extensión de tu latir. Inevitablemente te sientes culpable, responsable, seguro que podrías haber hecho algo para evitar que de repente dejara de crecer, tal vez no hiciste algo bien, te estiraste más de la cuenta, cogiste un peso inadecuado, tuviste estrés, sentiste miedo de no estar a la altura de ser madre de nuevo, de poder cuidar a dos hijos y seguro que todo eso se lo transmitiste y por eso dejó de latir. Por lo cual, cierras en falso el duelo, ni siquiera lo haces realmente, casi nadie te pregunta demasiado porque es un tema que se deja para la intimidad, aunque la mayoría de las mujeres han tenido algún aborto espontáneo en sus años fértiles. Los más cautos, se acercan a darte un abrazo y traerte un caldo, los más osados preguntan por qué, la mayoría te apoya en la distancia y deja que el tiempo pase y todo lo cure.
Pero no se cura, se aprende a vivir con ello. Te obligas a dejarlo estar y no te haces demasiadas preguntas por si tienes demasiadas respuestas. En mi caso, decidí ir a por un nuevo embarazo y nació mi bebé arco iris tras unos meses muy intensos y duros, pues cuando debía ser más feliz la espada de Damocles de un nuevo aborto no me abandonó ni un solo día, de hecho tuve amenaza de aborto y varios ingresos por infecciones que provocaban peligrosas contracciones antes del tiempo previsto. Nació después de un parto bastante bueno, me abrí en dos para dejar paso a la vida y cuando tuve a mi nueva hija en brazos inevitablemente me vino a la memoria esa otra hija que no llegó a ser, esa vida que se quedó en el camino, esa criatura a la que sigo llorando cada vez que alguien menciona un caso similar y que siempre vivirá en mi útero, en esa marca que deja cada embarazo en las entrañas y en el corazón.

Comentarios

  1. Ufff que bueno que compartas como te sentiste para saber el resto de los humanos lo que se siente un besin

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