Tempus fugit

Te vas a morir.
Siento ser la portadora de tan lacerante realidad. Porque es sorprendente que, aunque la muerte forma parte de la vida, toparnos sin tapujos con ella y mirarla de frente para retarla a que se demore en su definitiva visita, nos sigue sobrecogiendo hasta las entrañas.
Quizás esa sea la razón por la cuál vivimos con la permanente sensación de eternidad, que en muchas ocasiones nos empuja a dilatar acciones como si el tiempo no se nos escapara velozmente.
Dejamos sueños por cumplir para la jubilación, aparcamos placeres para momentos más oportunos, postergamos amores por miedo al dolor, cancelamos citas para hundirnos en un solitario y confortable sofá, nos limitamos a sobrevivir sin querer ser conscientes de que la vida se escurre como agua entre los dedos.
La primera vez que te remites a algo sucedido hace más de veinte años asumes la realidad de lo rápido que pasa el tiempo, de la celeridad casi imperceptible del paso de los años. Ahí es donde debemos reflexionar y hacer verdadero propósito de enmienda para disfrutar de nuestra fugaz existencia.
Detenernos con devoción a observar la belleza de un atardecer, perdernos en la risa y los juegos de los niños, amar apasionadamente a nuestros seres queridos, asomarnos con curiosidad a momentos nuevos, dejarnos cautivar por la música, lanzarnos a beber el arte en todas sus manifestaciones, atrevernos siempre a ser nosotros mismos.
En definitiva, arrojarnos a la vida con tal pasión, que cuando esta nos sea arrebatada, tan solo pensemos, lástima de fin de trayecto pero que maravilla de viaje.

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