Y así, como que no quiere la cosa, volvió septiembre y se va el calor agobiante, las largas noches de ruidosas terrazas al amor de conversaciones alegres, la refrescante piscina, la playa infinita, las anheladas vacaciones, el pueblo entrañable..., en fin, el adorado verano se va.
Siempre es más breve que nuestros extensos, variados y excitantes planes. De pronto, volvemos a la infancia y nos imbuimos de ese espíritu de eternidad que envolvía a la palabra verano. Resueltos, por tanto, a llevar a cabo infinidad de actividades, nos quedamos perplejos y descorazonados cuando leemos septiembre en el calendario.
Ya está, fin del período estival y vuelta a las rutinas. Ahora todo huele a otoño..., porque, es increíble, como podemos cambiarlo todo de un día para el otro. Lo hacemos nosotros solitos, pues nada se transforma de repente. Cada día fue siendo un poco más corto, la temperatura bajó algún grado, la luz atenuó su intensidad, se acercaba despacito el final pero nos lo queríamos negar, con esa obstinación del que se cierra en banda a cualquier cambio. Señores, todo cambia, todo evoluciona, nosotros mismos lo hacemos constantemente. De nosotros también depende, aceptar esos cambios y fluir de un modo natural con los mismos.
Que se va el verano, agradezcamos pues, aquellas experiencias vividas, las nuevas personas que nos ha regalado, incluso las que se han apartado de nuestros caminos, las noches calurosas, las risas, los bailes, los baños a la luz de la luna, los besos robados, los amores fugaces, los destinos visitados..., y abracemos la vuelta al cole llenos de ilusión. Volvamos a llenar agendas con plannig, horarios con cursos divertidos, regresemos a las rutinas con nuestros hijos, desempolvemos botas y abrigos y miremos a los ojos al otoño que ya llama a nuestra puerta.
Que al fin, de eso se trata, de quemar etapas. De ir viviendo cada día con pequeños objetivos a la vista, de recordar con una sonrisa momentos, de olvidar otros con una lágrima, de atesorar recuerdos llenos de amor y de lograr ser lo más parecido a nosotros mismos.
Siempre es más breve que nuestros extensos, variados y excitantes planes. De pronto, volvemos a la infancia y nos imbuimos de ese espíritu de eternidad que envolvía a la palabra verano. Resueltos, por tanto, a llevar a cabo infinidad de actividades, nos quedamos perplejos y descorazonados cuando leemos septiembre en el calendario.
Ya está, fin del período estival y vuelta a las rutinas. Ahora todo huele a otoño..., porque, es increíble, como podemos cambiarlo todo de un día para el otro. Lo hacemos nosotros solitos, pues nada se transforma de repente. Cada día fue siendo un poco más corto, la temperatura bajó algún grado, la luz atenuó su intensidad, se acercaba despacito el final pero nos lo queríamos negar, con esa obstinación del que se cierra en banda a cualquier cambio. Señores, todo cambia, todo evoluciona, nosotros mismos lo hacemos constantemente. De nosotros también depende, aceptar esos cambios y fluir de un modo natural con los mismos.
Que se va el verano, agradezcamos pues, aquellas experiencias vividas, las nuevas personas que nos ha regalado, incluso las que se han apartado de nuestros caminos, las noches calurosas, las risas, los bailes, los baños a la luz de la luna, los besos robados, los amores fugaces, los destinos visitados..., y abracemos la vuelta al cole llenos de ilusión. Volvamos a llenar agendas con plannig, horarios con cursos divertidos, regresemos a las rutinas con nuestros hijos, desempolvemos botas y abrigos y miremos a los ojos al otoño que ya llama a nuestra puerta.
Que al fin, de eso se trata, de quemar etapas. De ir viviendo cada día con pequeños objetivos a la vista, de recordar con una sonrisa momentos, de olvidar otros con una lágrima, de atesorar recuerdos llenos de amor y de lograr ser lo más parecido a nosotros mismos.
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