Rumbo a México

A pesar de haber sido un viaje turístico de principio a fin, no por ello fue menos emocionante. Para comenzar lo obtuve a través de objetivos dentro de una empresa multinivel, son muy de incentivar las ventas y motivar a los colaboradores de este modo. Muy americano todo, sois los mejores bla bla bla. Pero a mí me premió la autoestima, me confirmó que no se me daba mal lo que hacía y lo que llevaba haciendo en un sector completamente ajeno durante más de veinticinco años, ahí es nada.
En fin, por aquello de no romper la tónica general, el hecho tuvo un sabor agridulce, ya que me encontraba en un momento personal sumamente complejo, aún desconocía que estaba punto de enfrentarme a una de las decisiones más difíciles y dolorosas de mi vida. Y digo una, porque no hacía demasiado tiempo había enfrentado otra, pero eso es otra historia. Dispuse todo para mi marcha y me alejé por unos días en cuerpo, que no en espíritu, de mi familia. Ya en el vuelo conocí a la que fuera mi compañera de viaje, fatigas y amiga entrañable, Pepa. Mi querida Pepa..., cuánto compartimos, charlas interminables, complicidad instantánea, conexión pura y eterna. Eso me sucede, no demasiado a menudo, pero cuándo se da es magia. Esto es, conozco a alguien y le miro a los ojos y de pronto, le veo. No le había "visto" hasta ese instante en que soy consciente de que la conexión es espiritual y de esa no escapas de ningún modo. Ojalá utilizara esa maravillosa intuición con más frecuencia, pues los ojos gritan lo que las palabras callan y ellos nunca mienten. Los días transcurrieron entusiasmada con las riquísimas comidas y el excelente carácter de los mejicanos. Tan solo descanso, playa, conversaciones y muchos ratos de soledad.
Cada noche huía de la ruidosa fiesta para contemplar la luna. Nunca había visto nada igual, era inmensa, blanca y redonda y bien pareciera que se encontraba más cerca que nunca, su reflejo en el mar Caribe era lo mismo que una postal, de esas que compras pensando que la han pintado que no puede haber una vista así pero la hay, juro que la hay. Los espectáculos del hotel eran buenísimos aunque a mí me cautivaron unos mariachis que acudieron a amenizar la tarde en la piscina. Las canciones eran las rancheras más conocidas y hacia el final admitían peticiones, sin dudarlo solicité una de mis favoritas, la Bikina, sencillamente arrebatador ese momento. Siempre son momentos, no sé si más o menos grandiosos a los ojos del resto pero deben serlo a los tuyos. Es una canción, que vaya usted a saber por qué, me recuerda a mi abuela, sangra tristeza y fuerza en cada nota, casi a partes iguales, supongo que esa es la razón.
El otro recuerdo imborrable fue la visita a Chichen Itzá y los cenotes. Nunca logro imaginar lo que voy a sentir ante monumentos tan emblemáticos y al final la sorpresa es tamaña. A medida que nos acercábamos, la energía que se respiraba me aceleraba el pulso y la respiración se volvió arrítmica. La grandeza de las construcciones, el espíritu latente de tantos millones de personas que habían dejado sus huellas no te dejaba indiferente. Era pura energía e intensidad, parecía que robaras el rastro que habían ido dejando los demás. Y de allí a los cenotes impresionantes, de lo cuál extraigo la lluvia torrencial que nos sorprendió a la salida. Nunca antes había visto nada igual y me lancé a su encuentro sin pensarlo dos veces, me dejé anegar hasta las entrañas, aún siento la frescura y la potencia de ese agua sanadora que arrastró consigo mis dolores, mis angustias, mis miedos, me dejó solo paz. Y hoy sé, positivamente, que contar en tus haberes con la paz es ser inmensamente rico. Después maletas,despedidas y reencuentros.
Y volver no es triste, es solo un poquito melancólico pues sabes que dejas un pedazo de tu alma en todos los lugares que transistas, aunque también sabes que te has llevado mucho más de lo que dejas.

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