Nostalgia

Nostalgia, saudade, morriña..., se puede decir de mil formas distintas pero el sentimiento no cambia. Hay personas que viven o vivimos en ese permanente estado de añoranza. Me gusta pensar que somos seres alegres con vocación de tristes porque detrás de nuestra amplia sonrisa siempre habita el fantasma del ayer.
Sin duda, la morriña, no es otra cosa que abandonarnos a los recuerdos de tiempos pasados, en los cuáles parecería que éramos irremediablemente felices.
Y en la mayoría de las ocasiones, nada más lejos de la realidad, porque nos empeñamos, por ejemplo, en volver al colegio y a sus clases enormes, a las risas, a la falta de prisa pero obviamos al compañero que nos ridiculizaba, los nervios al exponer los temas y un largo etcétera. También podría decirse que es un estado de introspección inevitable. He observado como hay quién está hablando y de pronto, aunque su rostro no genera un gran cambio aparente, sus ojos se llenan de un halo de nostalgia que provoca una lejanía inmediata del aquí y ahora, viaja hacia sus emociones o reflexiones más profundas porque siente la necesidad de alojar todo en un rincón del alma. Vivir así -en palabras del recientemente fallecido Camilo Sexto- es morir de amor, pues en el fondo no es otra cosa que un amor inmenso por la belleza de las cosas sencillas. Arrebatarse con una puesta de sol, rendirse ante el mar, emocionarse con una canción, sobrecogerse al conocer a alguien especial. Lo que provoca una mezcla entre alegría infinita por el privilegio de vivir esos momentos y tristeza profunda por su fugazidad. Siempre estamos en debate interno debido a disfrutar el instante presente y por otro lado valorando de inmediato lo sucedido, lo cual nos roba frescura. Se avecina, por tanto, una época complicada para los nostálgicos porque el otoño es nuestra estación por antonomasia. Se concentra la alegoría de la propia vida con ese ir en declive la naturaleza y los cambios aparentes de esa desnudez de los árboles y campos. La luz es maravillosa, tristona, los días se acortan y enfrían, invitando a entrar en casa al calor del hogar con un libro en las manos. Nos rendiremos pues, a llenar los pensamientos de que cualquier tiempo pasado fue mejor, a deleitarnos en la lluvia sobre los ocres de las hojas en el suelo, a ovillarnos en el sofá, a humedecer los ojos con alguna melodía. Pero no olvidaremos volver a salir de nuestra saudade para sonreír a la vida para ser lo más felices que esta nos lo permita, para absorber los instantes mágicos porque bien sabemos, mientras la función no termine, que al final, siempre regresa la primavera.

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