ESENCIA

Nunca pensé en que enfrentarme a un papel en blanco me iba a suponer tal incertidumbre. Escribo desde que tengo memoria, es una necesidad imperiosa de derramarme en letras con el único fin de comprenderme mejor, de soltar lo que me inquieta, de expresar lo que me desborda. Pero ahora, que decido de un modo consciente dejar mis emociones plasmadas a través de estas líneas, se me agolpan las palabras, las cuales se convierten en hormigas juguetonas que no encuentran el camino de vuelta a casa, que no son capaces de hacer esa ordenada fila india que las lleva al hogar y que las dota del total sentido de su existencia. Quizás se deba a que mi mente se debate entre demasiados temas, aparcados durante un excesivo período de tiempo, durante el cual incluso se han ido modificando mis impresiones, como es lógico. Ver el mundo con los ojos de una niña hace que éste se convierta en un lugar maravilloso, donde soñar es obligatorio y dejarse llevar por las emociones un ejercicio imprescindible para afrontar los retos de la vida adulta. Aunque, en mi caso, el exceso de sueños y sensibilidad no eran el problema, más bien todo lo contrario. Eso sí, con los años, a trompicones y con más voluntad que oficio, fui forjándome con entereza y mostrando mi lado más sensible con aprendida prudencia. Tuve una infancia amable, de eso no hay duda, me sentí protegida, amada y rodeada por un entorno cerrado que fue fundamental para conformar mi carácter y mi posterior salida hacia un mundo desconocido y fascinante casi a partes iguales. Muchos aspectos personales no se han modificado apenas un ápice. Mi tremenda curiosidad por todo aquello que me rodea, mi observación cuidadosa del comportamiento humano, mi sensibilidad ante las emociones, que provoca que viva todo con una intensidad brutal, tanto es así que si sufro nada es comparable a mi dolor, en cambio, si soy feliz, lo hago de un modo tan apasionado y excitante que tampoco hay nada igual. A veces, yo lo sé, visto desde fuera parezco una montaña rusa de emociones y hay mucho de cierto pero una no escoge cómo ha de ser en lo más hondo de sí misma, de su sentir, eso es algo dado, algo que permanece grabado a fuego, algo hacia lo que, con los años, aprendes a dejar de luchar en su contra, pues nada logras con ello si no hacerte un daño atroz por pretender enterrar aquello que realmente eres y que, cuando permites fluir con la naturalidad como lo hace un río entre las rocas por su cauce vital, todo es paz, armonía, felicidad absoluta, intensa y profunda, que te reconcilia con la vida. Y, lo más importante, contigo misma y con tu niña interior.

Comentarios

Publicar un comentario