BASSAM

Por aquello de que cuándo nos atrapa la nostalgia, siempre volvemos a nuestros recuerdos, hoy comparto un texto que tiene la friolera de dieciséis años. Sucede durante el viaje que me cambió la vida, aunque en esos momentos no era del todo consciente, mi adorado y siempre eterno Egipto.

BASSAM

Un nuevo amanecer en las aguas del Nilo presagiaba otro interesante día, lleno de vivencias inolvidables.
Cuándo nos hubimos reunido todos, nos encaminamos hacia la faluca que aguardaba en la orilla con dos jóvenes egipcios, apenas unos adolescentes, y emprendimos el trayecto. La mañana era cálida, y a medida que transcurría se volvió muy calurosa. Mientras todos charlaban muy animosamente yo no podía evitar observar las orillas del Nilo llenas de frondosa vegetación que contrastaba profundamente con el desierto que todo lo abrazaba. Tan ensimismada me encontraba que, casi sin darme cuenta, ya me encontraba subida a los lomos de un altísimo camello. Me resultaba muy curioso suponer que en semejante medio de transporte se trasladaban nuestros antepasados. Unos metros más adelante, al volver un poco la montaña, nos topamos de frente con el poblado Nubio.
Éste se componía de pequeñas construcciones de piedra unas junto a otras y en una de ellas entramos. La estancia principal era un espacioso patio medio cubierto, de la parte abierta se distribuían otras cuatro estancias, que daré en llamar habitaciones, aunque en realidad eran huecos de cuatro paredes que contenían a lo sumo un catre y un armario. En una de ellas había tres abuelos que no dejaban de sonreír y hablar en árabe e indicarnos que entráramos con ellos. En el suelo se encontraba sentada una mujer vestida de negro y casi recostada sobre un cuenco de dimensiones exageradas con comida en diferentes montones, la cual nos ofreció con una amplia sonrisa.
Y entonces la ví, Bassam, una preciosa egipcia de apenas dos añitos. Primero se muestra arisca a nuestras atenciones pero el ofrecimiento de mis sandalias provoca en ella una sonora carcajada y comenzamos a jugar. Ahora ella toma mi mano y me enseña orgullosa su casa, me muestra la cocina compuesta por un refrigerador, una mesa, una estantería con escasos platos y una cocina con dos fuegos. Lo que más me sorprende es su insistencia para que vea lo que alberga en el frigorífico. Y no hay nada espectacular, unos huevos, verduras..., eso sí, no hay productos enlatados o elaborados pero de lo que hay está a rebosar. Sin duda, un orgullo mostrar techo y alimento, que superficiales nos volvemos ante la abundancia.
Ibrahim me indica que debemos irnos ya y que me despida de mi recién adquirida amiga. Siento mucho tener que hacerlo porque no hay nada que me agrade más en este mundo que oír la risa de los niños y Bassam lo hace sin parar, mostrando sus blancos dientecitos que destellan en su moreno rostro. Pero como despedida me da un tierno abrazo y un beso, ella si hoy me volviera a ver lo más probable es que ni me recuerde, en cambio, yo sé que no la olvidaré mientras viva.
De vuelta en la faluca repaso todo lo acontecido y guardo en mi mente y corazón cada sonrisa, gesto y vivencia. Porque viajar, no es sólo recorrer lugares sino robarles un poquito de su esencia.

Comentarios

  1. Impresionante la historia del viaje
    Que lindo que te acuerdes todo el viaje aunque ha pasado 16 años

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