Qué Viernes Santo tan distinto el de
hoy en comparación al del año pasado...
También estaba aquí, en mi ciudad,
en mi casa. Mis hijos se encontraban con su padre pasando unos días
en la playa y yo me acompañé de buenos amigos. Sara, Rober, Alfonso
y mis queridos Álvaro y Sole que hasta se allegaron a mi casa para
contemplar la procesión de Los Pasos, viven a la vuelta de la
esquina. Me pongo melancólica recordando cómo llegaron a mi vida,
de la forma más aparentemente casual y se han hecho un hueco en ella
de forma permanente. Ay mi niña Irene, tan linda..., las tardes de
domingo tan buenas que hemos pasado en la plaza del Grano también
con mis hijos jugando como antaño, a correr, a buscar bichos, al
quiosco a por chuches.
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Vista desde mi balcón Viernes Santo 2019 |
Tengo muchos recuerdos de este día,
algunos marcados por sentimientos encontrados. Desde los días en los
cuales no lo tenía para nada en cuenta (hasta me daban miedo los
papones con aspecto de miembros del horrible Ku Klux Klan), de cuando
lo celebraba profusamente (celebración litúrgica, cosía la túnica
a mi hijo y el traje de manola a la niña para que procesionaran con
su padre, venían de visita familiares y amigos), para volver de
nuevo a perder, en mi caso, el valor religioso mientras centraba mi
atención en observar la fe en la calle, el arte de los pasos, la
belleza que rodea a las procesiones con su olor a incienso y flores
frescas, hasta el momento de reunirme en torno a una limonada
brindando por la vida.
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Mis hijos Viernes Santo 2015 |
Me arrasa la nostalgia en estos días
de confinamiento y reflexión. Pongo, queriendo y sin querer, en la
balanza lo importante, lo urgente, lo necesario, lo imprescindible,
lo superficial, lo secundario y sobre todo lo amado. Y siempre gana
lo obvio, el amor.
Aquí se ha detenido mi reflexión
pues veo desde mi balcón al bueno de Ramiro, incluso le sobresalto
con mi llamado, a la par que sostengo con él una animada
conversación. Cuánto se extrañan las rutinas que nos llevan a
compartir versos, presentaciones de libros, café y charla. Confío
en que pronto todo regresará, aún a sabiendas de que nada volverá
a ser como antes.
Añade, este fortuito encuentro, más
reflexión a este momento nostálgico que me invade. Incluso una
tormenta primaveral nubla el cielo en parte azul y baña todo con una
lluvia torrencial, sonido este hipnótico. Se levanta una cierta
ventolera que agita las cortinas de mi balcón y las flores de la
ventana de enfrente. Rompe esta atmósfera una trompeta procesional
que suena a lo lejos desde hace horas, alguien se niega a dejar de
oírla al tiempo que transporta su alma a otros días, puede que más
felices. La música tiene siempre ese poder, esa magia.
Los viajes al pasado esconden tras de
sí un ferviente deseo de huir de la realidad del momento. Nos
dejamos llevar a esas horas sentidas, en lo habitual, como más
felices pero igualmente llenas de sombras. La vida es una continua
lucha entre luces y sombras. Recuerdo siempre a mi querido profesor
del bachiller Juan Miguel Alonso (mundialmente conocido como Juanmi,
también gran escritor, por cierto) y sus constantes guiños
filosóficos en las entretenidas y reveladoras clases de literatura.
Dicho sea de paso que por diferentes circunstancias estudié el
bachiller con 28 añitos, llena estaba de un hambre de conocimiento
que me hizo disfrutar cada minuto aprendido. Como decía, el
profesor, nos hizo una pregunta muy simple ¿por qué existe la
oscuridad? A lo cual después de varias diferentes respuestas,
nos dijo para poder apreciar la luz. Cuánta
sabiduría encierra. No podemos vivir de un modo lineal, la propia
existencia está repleta de recovecos, senderos sinuosos, vías
rectas y despejadas, momentos serenos, horas ansiosas, risa, llanto,
esperanza, desasosiego, salud, enfermedad, vida, muerte. Todas y cada
una de las vivencias conforman nuestra existencia, no podemos, no
debemos renunciar a ninguna de ellas. Unas nos enseñan, otras nos
reconfortan, todas en conjunto nos hacen poseedores una vida plena.
No permitamos que
las horas amargas empañen de forma permanente las dulces. Hagamos
todo lo que esté en nuestras manos para disfrutar del momento
presente, a pesar de todo lo que nos rodea que, por cierto, no es
nada halagüeño. Pero, señores, es lo que nos ha tocado vivir.
Un Viernes Santo
para el recuerdo, tendremos mucho que contar a las próximas
generaciones. Quiero creer que podremos contar cómo luchamos para
vencer la ansiedad, el desánimo, la incertidumbre, las horas de
confinamiento y cómo, posteriormente, ayudamos a reconstruir un
nuevo escenario mundial.
Es cosa de todos,
la humanidad se compone de individuos trabajando juntos por el bien
común, no hay otra fórmula mágica. Sólo trabajo y solidaridad.
Alzo
una limonada con mi brindis habitual (por cierto tomado del gran
Topol en la fantástica película El violinista en el tejado) ¡to life!
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